Instituto Laboral. Largo recorrido con final feliz

Vera, una ciudad tradicionalmente preocupada por la enseñanza, siempre ha mostrado especial sensibilidad en la creación de centros docentes. Ya en el siglo XVI solicita y consigue, en 1591, una escuela de gramática que, por una Real Cédula de Felipe II sería atendida, durante cuatro años, por un preceptor en esa materia. Dos siglos más tarde, en 1785, una cátedra de gramática atendida por Manuel Sánchez atendía a jóvenes para su formación y alfabetización. Asistían 26 alumnos de los que 10 no pagaban nada por falta de medios y los 16 restantes atendían un pago mensual de ocho reales. También en el siglo XVIII se crea en la ciudad otra cátedra, en este caso de latinidad; y, con la mediación de la Real Sociedad Patriótica de Amigos del País, se fundó una escuela de primeras letras complementada, algo más tarde, con otra para niñas.

El 4 de abril de 1818, el clérigo Dionisio Ródenas solicita al Ayuntamiento la creación de una cátedra de filosofía en el Convento de la Victoria de la que se ocuparía el corrector de la congregación Mínima. Años después, en el espacio que ocupó el Convento, se abrió una escuela de Capataces de Minas, creada en 1890, con el apoyo de Jacinto Anglada Ruiz, que permaneció abierta hasta 1924. Por el declive minero no tuvo una larga vida, aunque sí formó a excelentes profesionales el tiempo que mantuvo abiertas sus puertas. No solo era motivo de preocupación del Concejo la creación de centros, sino también el estado y conservación de ellos, aunque debemos admitir que la parquedad de las cuentas municipales hacía que la preocupación e interés por la enseñanza no corriera paralela al estado de las aulas.

Siempre hubo escuelas atendiendo la docencia de niños y jóvenes, que con el paso del tiempo se fueron constituyendo en pequeños centros escolares con mayores aspiraciones que la simple alfabetización, para tener más altas metas académicas. El concejal, Bartolomé García Haro, expuso en el pleno celebrado el 10 de julio de 1873 que hacía más de 20 años había sido creado un Colegio de Segunda Enseñanza asociado al Instituto Provincial de Lorca y, más tarde, al de Almería, pero que, sin embargo, tenía algunas carencias que convenía corregir; es admirable el entusiasmo que, según el acta capitular de esa sesión, García Haro pone para defender que el Centro complete la enseñanza, hasta entonces impartida, con ”un gabinete de Física, Química e Historia Natural y de otros elementos tan necesarios a su mejor y más progresivo desarrollo”. Para ello exige al Ayuntamiento que realice el esfuerzo necesario con el fin de acabar con las carencias mencionadas en su intervención. Casi finalizando el siglo XIX, en 1875, la preocupación municipal por la enseñanza va un paso más allá y, en noviembre de ese año, se pide la ubicación en Vera de una escuela para adultos, vertiente de la enseñanza que, como vemos, no es idea novedosa, puesto que en pleno siglo XIX ya se puso en práctica. De esta escuela se ocuparía, con un sueldo anual de 650 pesetas, Francisco Torres Salmerón.

Tras esta introducción que nos aclara la idea equivocada de que en tiempos pasados solo el trabajo interesaba y el analfabetismo se apoderaba de los que nos precedieron, comenzaremos a recorrer el camino hasta el lugar al que está dedicado este capítulo: el Instituto Laboral de modalidad Industrial y Minera, de corta vida, comparada con la de la Ciudad, pero de intensas vivencias.

El 4 de diciembre de 1935 se publica el pliego de condiciones para la construcción de un nuevo Grupo Escolar en Vera, adjudicándose la obra a José García Gálvez, que tasó el trabajo en 299.570,35 pesetas, ganando la subasta a Antonio Alemán con un proyecto de presupuesto más elevado fijado en un precio de 320.000 pesetas. Fue testigo del acto el notario Adrián Álvarez Paz, ante quien se abrieron los sobres. En el mismo acto, el adjudicatario García Gálvez se constituye en sociedad, para este solo fin, con el constructor Francisco Valdivia Morillas, que tantos problemas ocasionó desde el inicio de la obra. La primera letra de 7.500 pesetas, correspondiente al pago del 25% de un anticipo de 30.000 pesetas para cubrir la primera planta, es protestada por el Ayuntamiento ante el impago de la misma. Era solo el inicio de dificultades legales y económicas entre las partes, como veremos más adelante.

Con la mitad del proyecto construido, el inicio de la guerra civil interrumpió las obras. Más tarde, a la conclusión del conflicto, se retoma la construcción, pero el Ayuntamiento no puede soportar una empresa de esa envergadura y dirige un escrito al director general de Enseñanza Primaria comunicándole que debe abandonar su construcción, por lo que deciden su cesión al Estado cuando ya se llevaban gastadas 215.000 pesetas según las certificaciones de obra cursadas; era el año 1949 y la delicada situación económica obligaba a dar ese paso. Tres años después se aprovecharía ese edificio a medio construir como el gran argumento de las autoridades locales donde apoyar la petición de un centro de enseñanza media.

“El objeto de esta sesión, como ya saben los señores reunidos, es el de tratar de la conveniencia de solicitar la creación de un Instituto de Enseñanza Media y Profesional, en esta ciudad, de carácter industrial y minero”. Así dice el acta capitular número 35 del libro 228, celebrada el 30 de marzo de 1952, donde se recoge la solicitud, justificando la petición por la proximidad de los grupos mineros de Almagrera y Bédar, que en el siglo anterior habían sido origen de la ya mencionada Escuela de Capataces y Facultativos de Minas.

En la sesión plenaria celebrada el 23 de enero de 1952 ya se había dado el primer paso del camino que desembocaría seis meses más tarde en la concesión del Instituto Laboral. Ese día, en una hábil maniobra política, se nombran hijos adoptivos de Vera al Gobernador Civil, Manuel Urbina Carrera, que tendría un papel decisivo en el logro del centro docente solicitado y a Carlos María Rodríguez de Valcárcel, director general de Enseñanza Laboral. A ambos se les dedica un panegírico, leído por el Alcalde de la Ciudad, en el que reciben el elogio alambicado del Pleno Municipal, haciendo subir la temperatura anímica de la Sala Capitular y despertando la emoción de todos los asistentes hasta el punto, como dice el Secretario en el acta de la sesión, de que “Los señores concejales, puestos en pie, ahogan con sus aplausos la lectura del último párrafo de la anterior moción, aprobándola íntegramente por aclamación”. Sin duda, los representantes municipales sabían qué resortes tocar y con qué intensidad hacerlo.

     Mostrando un gran olfato político y siendo conscientes de que el camino más fácil es el que ha sido allanado, se toma el acuerdo de poner viviendas a disposición del profesorado o una gratificación mensual para que atiendan el pago de ella, así como una subvención de 31.000 pesetas anuales para los gastos de luz y agua que el centro ocasione. Se facilitarían al Instituto los talleres precisos, así como el personal administrativo y subalterno que fuera necesario. El Pleno Municipal se implicó desde el inicio en el proyecto y todo fueron facilidades para lograr el propósito. En ese mismo pleno se mostraba el agradecimiento al Gobernador Civil, Manuel Urbina Carrera, por su compromiso para entregar un donativo de 250.000 pesetas, que luego no pudo atender y hubo de recurrir a tramitar una subvención para suplir esa carencia con la que el Ayuntamiento contaba. La Obra Social del Consejo Provincial de Falange asumió el pago y sacó del apuro al entonces Gobernador Civil.

El 5 de junio de 1952, en un pleno celebrado bajo la presidencia de Urbina Carrera, es comunicada la concesión del Instituto Laboral y se hace la entrega de un cheque con el importe prometido por el Gobernador, provocando los lógicos parabienes y agradecimientos de todos los componentes de la Corporación Municipal.

Hay prisa, casi ansiedad por comenzar las obras y solo un mes después, el 4 de julio, el pleno aprueba el proyecto de ejecución de las obras. El director general de Enseñanza Laboral apremia a los intervinientes en los trabajos para que la obra de adaptación se realice a la mayor brevedad. Se decide que, efectivamente, se remodelaría y adaptaría a las necesidades del nuevo centro concedido el edificio que estaba a medio construir y que, en un principio, iba a ser destinado a Grupo Escolar. El presupuesto para concluir las obras era de 793.011,25 pesetas y el plazo para su término de un año.

El entusiasmo inicial se torna en desaliento cuando un informe del arquitecto, antes de iniciar los trabajos de adaptación del edificio, asegura que se observan en la obra que ya había realizada “vicios ocultos de construcción, como consecuencia de los cuales se hundieron los forjados de piso en su casi totalidad, apareciendo además muestras evidentes de ignorancia en el oficio”. Continúa el informe del arquitecto enumerando los defectos encontrados, lo que determina que el Ayuntamiento tome la decisión de retirar su confianza al constructor, Francisco Valdivia Morillas, y le retiene la fianza depositada, que ascendía a 15.460,10 pesetas, para responder de las irregularidades detectadas en la construcción. Esto ocasiona un recurso por parte del constructor a la que el Ayuntamiento responde con la posibilidad de reclamarle una cantidad mayor, ya que los daños ocasionados por su falta de pericia son mayores que la fianza que en su día depositó. La justicia decide que la razón está de parte del Ayuntamiento, dejando sin efecto la reclamación del constructor.

El 25 de noviembre de 1953 se da a conocer la visita que, con motivo de la inauguración del Instituto Laboral, haría a Vera el ministro de Educación Nacional, Joaquín Ruiz-Giménez Cortés, y en ese mismo pleno se acuerda su nombramiento como “Hijo Adoptivo”. Para agasajarlo y dejar constancia de ello se le entregaría una placa con la siguiente inscripción: “La Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Vera nombra Hijo Adoptivo al Excmo. Sr. Ministro de Educación Nacional Don Joaquín Ruiz-Giménez Cortés en méritos a su extraordinaria labor cultural en esta comarca – Vera, 21 de noviembre de 1953 = El Alcalde. F. Rodríguez = Firmado F. Rodríguez.”.

La habilidad política del Alcalde de Vera seguía poniéndose de manifiesto, lo que a la postre había resultado decisivo para la consecución del objetivo.

En 1950 había solo 15 Institutos Laborales en toda España, en 1951 ya eran 22 y en 1952, cuando se crea el de Vera, el número de ellos llega a 46. Es contemporáneo al de Baza, Puerto de Santa María, Jumilla y Villagarcía de Arosa. En el boletín informativo “Barea”, del propio centro docente, se califica al de Vera como el más completo y el mejor dotado de ellos. Si bien es verdad que la información debemos considerarla producto de la euforia del momento por el claro partidismo de la fuente que, aunque no quiere decir que no lo fuera, tal vez sí deba de ponerse en cuarentena.

La inauguración oficial del Centro nos la cuenta la primera Memoria Escolar impresa:

“Vera, la Muy Noble y Muy Leal Ciudad recibió en los primeros días de diciembre de 1953 al Ministro de Educación Nacional Excmo. Sr. D. Joaquín Ruiz-Giménez y Directores Generales de Enseñanza Laboral y Primaria que lo acompañaban. En las calles aparecían pancartas, banderas y gallardetes y numeroso público que aplaudió con toda gratitud y entusiasmo a los visitantes.

Desde la Plaza Mayor, donde fue recibida la comitiva, esta, precedida de una gran multitud, se dirigió al nuevo Instituto Laboral de modalidad Industrial y Minera.

Ante el bello y hermoso edificio aparecía un arco adornado con los escudos de Vera de la Enseñanza Laboral y presidido por una monumental efigie del Caudillo.

En la puerta del Centro esperaban el Director del mismo Don Antonio M. Acosta García acompañado del claustro de profesores”.

Continúa el documento narrando la bendición del edificio por el párroco don Juan Fernández Marín y la entrega de manos del ministro al alcalde de la Ciudad, Francisco Rodríguez Segura, de la Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, que fue acompañada de merecidas palabras de elogio por su esfuerzo en la consecución del Instituto Laboral. Sin duda, su empeño en conseguirlo y la habilidad para gestionar todos los pasos dados contribuyeron a alcanzar la meta tan deseada. Años más tarde, en el curso 1968-69, se abrieron las puertas del centro a la mujer y se inició el bachiller femenino.

La vida del Instituto Laboral comienza en el curso 1952-53. Su primer Director es Antonio M. Acosta García, que, según vemos en la Memoria Escolar del curso 1953-54, encabezaba un claustro de profesores bastante menguado, pero suficiente, para el número de alumnos matriculados, que en este segundo año de andadura ascendía a 101, de los que 76 estaban matriculados en el primer curso y 25 en el segundo. Dando por bueno el dato de que en el curso inaugural el número de matriculados en primer curso fuera similar al del 53-54, el abandono escolar fue elevadísimo y, posiblemente, desesperanzador para el profesorado. La tasa por matrícula era de 8,75 pesetas y se podía atender el pago en tres plazos, el primero en el momento de formalizar la matrícula y los otros dos en los meses de febrero y abril. Además de esa facilidad, los alumnos sin medios económicos estaban exentos del pago de las tasas. El solemne acto inaugural del curso se celebró en el Teatro Cervantes, donde intervinieron el gobernador Civil, Manuel Urbina Carrera, el presidente de la Diputación Provincial, Lorenzo Gallardo Gallardo, el Alcalde de Vera, Francisco Rodríguez Segura, el Teniente de Alcalde, Francisco Gallardo López y el director del centro, Antonio M. Acosta García. El mismo día de su inauguración, el director general de Enseñanza Laboral pidió que se redactara un proyecto adicional para la construcción de una cerca que rodeara el Instituto, la creación de la emisora y la realización de algunas obras menores. Comenzaba la “biografía” del Instituto Laboral que llegó hasta el curso 1972-73, en el que pasó a ser un centro de Enseñanza Media.

Paulatinamente, la sensación de provisionalidad que habría podido producirse en los inicios va desapareciendo y en el curso 1954-55 las circunstancias empiezan a ser otras. La inauguración del curso académico vuelve a tener lugar en el Teatro Cervantes. Se lee la memoria del ejercicio anterior y se pronuncia una conferencia inaugural, además de la intervención del director del centro, y, cerrando el acto, el alcalde de la Ciudad pronuncia un discurso declarando inaugurado el nuevo curso académico. Un año más tarde la inauguración deja de celebrarse en el Teatro Cervantes para trasladarla al salón de actos del Instituto, una vez concluida su construcción y dotado del mobiliario necesario. En esa jornada inaugural se comienzan a celebrar conciertos de música de cámara, manteniéndose el resto de la estructura del acto. El centro ya está equipado con todo lo necesario y los talleres disponen de las herramientas y del material preciso. Desde el inicio de su andadura el Instituto aplicó en toda su extensión el calificativo de “Centro de Enseñanza”. En sus aulas se impartían clases nocturnas de 19:30 a 21:00 horas para mayores que quisieran iniciar sus conocimientos culturales o ampliar los que ya tenían, donde se enseñaban las asignaturas de Matemáticas, Historia, Ciencias Naturales, Geografía, etc.

El Centro abre su abanico de ofertas educativas y desarrolla una intensa vida cultural. Funcionó una emisora que con un horario de 13:00 a 14:30 y de 21:00 a 22:30, posiblemente para hacerla coincidir con lo que se les denominaba como “Diarios hablados de Radio Nacional de España”. Emitía con un buen nivel si tenemos en cuenta que ninguno de los que intervenían era profesional de ese medio y por el carácter “doméstico” de la misma. Además de las noticias o “el parte”, como eran conocidas, programaba breves espacios deportivos, musicales, de información del propio Instituto y programas especiales en ocasiones puntuales, como el día de Santo Tomás, entonces patrón de los estudiantes.

No solo la emisora actuaba como medio de comunicación e información; además de ella, se editaba un boletín informativo llamado “Barea” con participación del alumnado; daba cuenta de las actividades y los viajes culturales llevados a cabo, que eran numerosos, suponiendo en aquellos tiempos un aliciente, casi una aventura para los alumnos. Visitar hace ya casi siete décadas ciudades como Murcia, Granada o Málaga tenía tintes de episodio épico. En 1955 funcionaba un cine-club que desarrollaba una gran actividad cultural con proyecciones y coloquios posteriores. Se organizaban ciclos de conferencias en las que ya se interesaban en la “Educación de niños difíciles”, tema tan de actualidad hoy. Catedráticos, como el de Patología Quirúrgica de la Universidad de Madrid, Fernando Enríquez de Salamanca, fueron invitados para transmitir sus conocimientos. Eran objeto de charlas y coloquios temas tan diversos como “Pintura española”, “Obtención industrial de antibióticos”, “Introducción a un poeta: García Lorca” o “El paisaje en la literatura española”. En definitiva, la intención del nuevo Instituto iba más allá de impartir clases o enseñar el manejo de determinadas herramientas; hubo, al menos en sus inicios, preocupación por completar la formación de los jóvenes que asistían a sus aulas. Otra cosa es el tiempo que durara esa buena intención en los docentes o la acogida que tuviera en el alumnado.

La gestión municipal no se detiene y, el 10 de diciembre de 1953, el Consistorio acuerda la compra de un solar de 3.000 metros cuadrados y su posterior cesión al Instituto Nacional de la Vivienda para la construcción de las doce casas prometidas al inicio de los trámites, que irían destinadas al profesorado del nuevo centro docente. Se contaba con un presupuesto de 797.003,20 pesetas, de las que 318.801,28 serían aportadas por el Instituto Nacional de la Vivienda, debiendo de contribuir el Ayuntamiento con el resto hasta completar la totalidad presupuestada. El importe de cada una de las viviendas, una vez terminadas, ascendió a 66.416,93 pesetas.

Pese al elevado desembolso que supuso para las arcas municipales el atender el pago de las doce viviendas del profesorado, su empuje y entusiasmo en favor del Instituto Laboral no se vio mermado y diez años después de su inauguración, su respaldo al centro de enseñanza es absoluto. El Director del Instituto Laboral envía un informe al Ayuntamiento sobre la viabilidad y necesidad de construir un Internado para los alumnos de otras localidades, ya que estos suponían la mitad de los matriculados. Una vez más, el Ayuntamiento no lo duda, y en el pleno de fecha 15 de julio de 1963 se plantea la compra de un solar de 2.000 metros cuadrados para destinarlo a internado de los alumnos sin residencia en Vera con el fin de acercar la enseñanza a los jóvenes de pueblos más lejanos. Todos los pasos se dan con una sorprendente celeridad; apenas dos meses más tarde se firma la escritura del terreno. El vigor municipal en pro de la enseñanza solo podía verse frenado, como así fue, por la falta de liquidez ocasionada debido a la escasez de recursos del Ayuntamiento.

El 12 de mayo de 1967 se da cuenta en Pleno Municipal del proyecto realizado y del presupuesto para su construcción, que asciende a 6.400.000 pesetas. El Ministerio de Educación libró una primera partida de 2.500.000. Agotados los recursos se paró la obra al no poder afrontar el Ayuntamiento un gasto que suponía el presupuesto municipal de casi dos años. Para superar la apurada situación originada se crea un Patronato Local que se ocupe del edificio y de la búsqueda de formas de financiación. Al no disponer tampoco de un organismo que se hiciera cargo del internado, para su administración y gestión una vez inaugurado, se ofreció esa parcela al Obispado. Este aceptó en un principio, pero poco después renunció a la cesión. Esa decisión episcopal acentuaba el problema para concluir la obra y gestionar el funcionamiento. Se decide ceder el solar y la obra realizada a la Delegación de Juventudes. El 2 de junio de 1967, según el acta de la sesión plenaria, se llega a un principio de acuerdo con este Organismo y en otro pleno, celebrado el mes siguiente, se decide la cesión, con la condición de que sea la Delegación la que concluya la obra.

La ralentización de los trabajos por falta de medios y las dificultades que surgen para buscar soluciones, hace que, en el curso 1969-70, el internado, que había sido concebido para albergar a 180 alumnos, comience a aceptar internos y a ofrecer sus servicios ante la necesidad de alojamiento de los alumnos foráneos, a pesar de no estar concluida la obra en su totalidad. Ese curso comenzó dando servicio a casi 200 alumnos, siendo más de 400 los que asistían al Instituto. Solo un año después el número de alumnos matriculados superaba los 500. En el pleno del 2 de junio de 1973 se toma el acuerdo de cesión del edificio ya terminado de construir y del terreno que ocupaba a la Secretaría General del Movimiento – Delegación de Juventud.  A pesar de ser el suyo un nacimiento arduo, que mereció una vida más larga, esta fue breve para un edificio que había sido testigo de ilusiones, frustraciones, alegrías y preocupaciones de jóvenes que dejaron tantos recuerdos y experiencias entre sus paredes. Al finalizar el curso 1996-97, el internado cierra sus puertas como acogida de estudiantes y queda como consultorio médico hasta la construcción del nuevo Centro de Salud. La realidad social, la mejora de las comunicaciones y la facilidad para desplazarse habían cambiado y convertido en vetusto e innecesario un edificio que solo tenía 27 años de vida. En 2016, una vez demolido el edificio, se extinguió su existencia llevándose las vivencias de tantos jóvenes que compartieron sus inquietudes entre sus muros ya derribados.

Gabriel Flores Garrido